lunes, 27 de octubre de 2008


Se oyen los acordes de la canción Moonshadow y de pronto nos transportamos a otro tiempo. Esa es la magia de la música. Hay melodías que se vuelven la banda sonora de momentos cruciales en nuestras vidas. Capturan el ritmo y el color de una época. Están en el fondo de la primera aventura amorosa o de una fiesta que terminó a las cinco de la mañana: las calles están desiertas, sólo se escucha el ruido lejano de un camión mientras vemos cómo empieza a clarear el cielo. Morning Has Broken, la mañana se abre, irrumpe, como si fuera la primera mañana del mundo, la mañana primigenia que una y otra vez renace. La voz y la guitarra de Cat Stevens resuenan con el instante. Lo clavan en la memoria. Con algunas de sus canciones ocurre lo que el crítico e historiador de cine Emilio García Riera le dijo a Gabriel García Márquez a propósito de la música del cuarteto de Liverpool: “Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida”. Yo sigo escuchando a los Beatles y he vuelto a escuchar a Cat Stevens y veo pasar ante mí el soundtrack de mi vida: mis ideales sesenteros se mantienen pero han sufrido golpes bajos durante el camino.

Volviendo a Stephen Demetre Georgiou, nombre de nacimiento de Cat Stevenes, siete años después de publicar Tea for the Tillerman (1970), cambiaba de nuevo su nombre por el de Yusuf Islam. Llamativo periplo para uno de los cantantes que simbolizó en los setenta la lucha entre generaciones, la filosofía de “haz el amor, no la guerra” que imperaba por aquel entonces y que yo, que nací en el 65, marcó mi vida.

Como todo buen artista esta marcado por una leyenda que todos conocen pero nadie la sabe a ciencia cierta. Cuentan que nadando en la playa de Malibú, en California, EEUU, allá en el año de 1975 tiene una experiencia que transformará su vida. Quedó sin fuerzas lejos de la orilla. Se estaba ahogando. Le pidió a Dios que lo rescatara. Se entregaría a Él sin reservas. De pronto, una ola lo impulsó hacia la playa. Recuperó las fuerzas. Se había salvado. Cat Stevens buscó respuestas en la astrología, en el Tarot, en el Zen, en las religiones orientales. Se volvió vegetariano. Su hermano le regaló el libro del Corán. En esas páginas encontró un profundo remanso. En 1977 se integró formalmente a la fe islámica. Había nacido Yusuf Islam y me temo que nuestro hippie bueno había muerto. Sea cierta o no la anécdota, el autor de Father and Son y Sad Lisa, hombre enfermizo y confuso, se convertía al Islam después de que el Corán cayera en sus manos un buen día, tal y como lo contó en una entrevista que publicó El Universal de México y varios diarios del mundo, “Nunca supe, supongo, cuando estaba hablando metafóricamente acerca del Peace Train (Tren de la paz) y de este tipo de ideas como On The Road to Find Out (El viaje para descubrir) y Miles From Nowhere (A millas de ninguna parte): esos fueron los tiempos de los temas que describen mi búsqueda. El hecho es que finalmente llegó un día y de repente un libro cayó en mis manos, esa fue la primera exposición al Islam”.

Cat Stevens, inglés de ascendencia griega y formado bajo la visión católica, comenzó a sonar con fuerza en 1966 año en que publicó “Matthew and Son”, su primer éxito mundial. La canción ya mostraba lo que sería el eje central de sus obras posteriores: el conflicto intergeneracional que colaboraría en el alumbramiento del mayo francés de 1968, la isla de Wight, la lucha contra la guerra del Viet-Nam y la aparición del pop. Él como nadie, supo interpretar el lado melancólico, romántico (a veces casi empalagoso) y pacifista del movimiento hippie y, como nadie también, puede representar el confuso horizonte ideológico y social de los jóvenes que protagonizaron la revolución del amor y las flores.
Dicho esto, debo romper unas cuantas lanzas por este magnífico músico que aportó un estilo personal, imaginativo, distinto, a la canción popular. Cat Stevens era el autor de las canciones y el diseñador de la imagen en sus discos, «descubrió» las canciones con personajes, puso «de moda» los estudios de grabación del Caribe (Jamaica) y llegó a cantar en latín consiguiendo que esta lengua muerta sonara a las mil maravillas.

Como ya he citado, Tea for the Tillerman catapultó definitivamente a la fama a Stevens. “Father and Son” (Padre e hijo) se convirtió en el símbolo del alejamiento de los jóvenes (miles de ellos, un primo mío, se marchaban en esos momentos de casa) de una sociedad paralítica, trasnochada, anclada en el «estado del bienestar» y, por lo tanto, desprovista del sentido de la aventura, de la búsqueda de lo nuevo. En esta canción, el padre intenta disuadir al hijo de que se aleje de él, aduciendo que el matrimonio (la vida) es complejo; el hijo, amable y comprensivo, le intenta convencer de que él tiene también derecho a buscar su destino; y todo ello con el trasfondo de una música de excelente factura, en la que destacaba la bien timbrada voz de Stevens haciendo los «papeles» del padre y del hijo: una verdadera delicia estética. El LP se vendió como pan caliente y ha sido reeditado numerosas veces; incluso tuvo el “honor” de salir al mercado en una colección CD con baño de oro en 24 quilates (muy cara, por supuesto) y un extraordinario sonido que alcanza niveles de gran perfección en los violines de Sad Lisa, otro de los éxitos del álbum.

Después del Tea for the Tillerman, aparece Teaser and the Firecat (1971) con rolas como “Morning Has Broken” y “Peace Train” (1), canción esta última que estuvo durante muchas semanas tocándose en la radio, confirman la extraordinaria sensibilidad de Stevens para con el signo antibelicista de los tiempos. Cat Stevens no sonaba demasiado en las salas de baile, pero sus canciones las tarareaban masivamente los jóvenes haciendo suyas las ideas de amor y paz que transmitía el cantante que, poco a poco, se deslizaba hacia las religiones orientales, fundamentalmente de corte budista. Catch Bull at Four (1972), su siguiente vinilo, fue también un enorme éxito que resonó como un latigazo: Stevens no era Bob Dylan, pero consiguió que la juventud cantara en latín. La portada del disco, también dibujada por el cantante, trasluce de manera clara la evolución orientalista ya comentada.
Foreigner (1973), es el nuevo disco que deslumbra con una impecable suite en donde el cantante se recrea en excelentes solos de piano. Pero, poco después de su publicación, Cat Stevens enferma de tuberculosis y desaparece de la escena un tiempo. Algunos piensan que es en estos momentos cuando el cantante comienza a entrar en contacto con el Islam, quien sabe. Lo cierto es que en 1974 lanza Buddah and the Chocolate Box, un álbum decorado con sus sempiternos e infantiles dibujos, y que ahora reflejan sin ninguna duda un momento religioso de clara inspiración budista aún cuando el disco incluye una hermosa canción titulada “Jesus”. En una de sus canciones (“Music”) Stevens escribe: “Échale un vistazo al mundo / Piensa en cómo se acabará / No habría guerras en el mundo / Si todos se unieran al grupo / Piensa en la luz de tus ojos / Piensa en lo que debes saber / No habría guerras en el mundo / Si todos se unieran a esta canción”.

Pero poco le quedaba ya a Cat Stevens de las ideas que habían inspirado a tantos miles de jóvenes en el mundo, mis hermanos y yo nos contábamos en esos miles. En 1975 aparece Numbers, confuso e infumable disco de espectacular diseño que marca el comienzo de la despedida del cantante con su «público». En 1978 publica Back to Earth, después el silencio hasta 1981, momento en que anuncia su conversión a la fe del Islam y vende todo lo que tiene para integrarse en dicha comunidad. Luego, el olvido.
Unos años después, siguiendo al olvido por parte de los fans viene el desprecio de muchos de los que creyeron en él, cuando se informa que apoyó la condena a muerte a Salman Rushdie, por publicar los “Los Versos Satánicos”, libro que la comunidad musulmana considera herético; Cat Stevens lo niega miles de veces, pero es expulsado de Israel sin que le dejen pisar este país. Sobre esta controversia, tengo muy en mente que el 8 de marzo de 1989, en una conferencia que dictaba en Londres, un reportero le pregunta como veía la idea de que un escritor muriera por el solo hecho de escribir un libro, a lo que el autor de “Peace Train” respondió: “En el Islam hay una línea entre lo que llamamos libertad y la línea la cual es trasgredida por la inmoralidad y la irresponsabilidad y por lo que sé, éste autor ha sido irresponsable con su libertad de expresión. Sea Salman Rushdie o cualquier otro autor que insulte al Profeta, dentro de la ley del Islam, la sentencia es la muerte. Esto evitara que otra gente cometa el mismo error” (2). Y remató con un contundente: “aún cuando este escritor se salve, se enfrentará a Dios y lo juzgará”.

Después de la controversia Rusdie, Prayers Of The Last Prophet (1998), I Have No Cannons That Roar (1998) y A is for Allah (1999), son las últimas producciones de él pero ahora como Yusuf Islam, pues Cat Stevens (él mismo lo dijo una vez), el hippie bueno, ya está muerto y enterrado. ¿Será cierto esto? No, no lo creo y para muestra “una otra taza”. Por un lado, Stevens ha anunciado recientemente el fin de su autoimpuesta reclusión, declarando al New York Times, poco antes de que apareciera, Gold, una extraordinaria nueva recopilación de sus canciones como Cat Stevens que incluye un bonus track compuesto como Yusuf: “Probablemente comencé a cambiar en 1995, cuando volví a entrar en el estudio de grabación para registrar discos que contribuyan a comprender algunas de las bellezas de la vida y de mi fe. Y me di cuenta de que mis viejas canciones todavía representaban una actitud limpia y transparente, y que no merecían el olvido”.
En efecto, viejas canciones con actitud limpia y transparente. No me importa que el ser humano ha tenido tres nombres, Stephen Demetre, Cat Stevens y Yusuf Islam y múltiples personalidades y demonios con cada uno de esos nombres; lamento mucho y no apruebo que haya estado de acuerdo en la muerte de un escritor; no me interesa que fue expulsado de Israel ni que en un vuelo comercial de Londres a Washington, Estados Unidos fuera bajado y detenido en el aeropuerto de un lugar llamado Bangor por que supuestamente su nombre, mal escrito por cierto, estaba en la lista de los más temidos terroristas islámicos que el FBI tiene identificados y por ende fue maltratado y regresado a Londres. Él al igual que yo y todos nosotros, tiene confusiones, primero fue un buen estudiante con nombre griego de una escuela católica, luego era un hippie bueno con tendencias budistas, al Tarot y al Zen en un mundo salvaje para luego ser un islámico a ultranza en el mismo mundo salvaje. Su vida ha sido como sus nombres, cambiante y disímbola. No me imagino a un hippie bueno llamado Cat Stevens aprobando que un avión se estrelle contra las Torres Gemelas de Nueva Cork pero tampoco me puedo imaginar a un islámico perdonando una ofensa contra el Profeta. Tal y como él mismo la dijo en el caso Rushdie,
“Dios lo juzgará”, cualquiera que sea su nombre.

Lo que sí me importa que sus canciones siguen vigentes en mi visón pacífica del mundo, que el soundtrack de mi vida sigue intacto y lleno de paz y amor y sobretodo me interesa mucho que su nuevo disco “An Other Cup”, firmado simplemente como Yusuf, es un CD como los de antaño, con una voz atemporal, y sonidos de ahora. Una demostración más de que oriente y occidente podemos vivir en paz y beneficiarnos de las influencias culturales mutuas, aun cuando muchas de sus canciones son alabanzas claras a su religión. El CD incluye la vieja canción “Don’t Let Me Be Misunderstood”, que no es de su autoría, una pieza que fue magistralmente cantada en los años sesenta por esa gran señora del jazz llamada Nina Simone, una negra que sí supo lo que significa el racismo y que jamás se cambió el nombre. Esta canción adquiere más sentido de labios de un Yusuf que perfectamente podría estar cantando una pieza autobiográfica, y en la que acerca indirectamente puentes entre el Cristianismo y el Islam.
“Baby, sometimes I'm so carefree
With a joy that's hard to hide
And sometimes it seems that
All I have to do is worry
And then you're bound to see my other side
I'm just a soul who's intentions are good
Oh Lord, please don't let me be misunderstood”
En An Other Cup el sonido es el mismo de cualquier disco de los setentas del viejo Cat pero con la frescura de arreglos modernos y con una buena grabación digital.

(1) En abril de 2003, Stevens la volvió a publicar, después de 25 años. Para ello, se fue a Johanesburgo (Sudáfrica) y recuperó Peace Train, en una grabación llena de sonidos étnicos. La canción estuvo disponible de manera gratuita en la red. Stevens —que ha descartado una vuelta a los escenarios— dijo que es «sólo un mensaje más para que se pare la guerra de Irak».
(2) La nota completa puede ser encontrada en la liga:

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